La sensación del deseo, que no se puede materializar, aquello de lo que una persona es capaz, solo en su pensar, es una aprobación demasiado tenue, y cuanto el es capaz de hacer por alcanzar su cometido, cual pez a la red, se convierte en pescado, mas antes, en el plan agotó cada recurso, y lo logro, lo tanteo, lo probó, le saboreo, parecía real , parecía que sin extenderlo, podía tocar el cielo, con su dedo.
Y mirose como lo haría el águila a su presa, porque la pupila se dilata cuando algo le interesa, porque la vista se aparta de aquello que se esconde en lo expuesto, y es el deseo, lo que nace muy muy adentro, y parecía tan real.
Pero es ese sueño, con su idea precaria, y celeste... que se desvanece, tan leve como el humo se desvanece de un lugar a otro, apenas perceptible, lamentable, frustrante. Y el hielo se apodera de la piel como algas que parecen tatuajes de heridas incoagulables.
Y el dolor, que no tiene color, sino solo un olor que lleva al desvanecimiento, poco a poco, desperdiciando las pocas energías que quedan, vomitando los recuerdos mas nobles y sinceros, como si el desvanecimiento fuese poco o nada, y quizás todo, lo que no se deseaba.
Es ahora, la hora de aceptar la realidad, es el momento de salir de ese mundo surreal, en que todo es posible, es momento de entender que los sueños aquellos que jamás se hicieron realidad, son hoy un velo tenue, una cortina de humo que provoca un desvanecerse.
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